sábado, 20 de octubre de 2018

22 DE JULIO





Escrito por Luis Roca Jusmet

 El director Paul Greengrass nos muestra, con mirada serena y reflexiva, la cara del horror. Los terribles asesinatos que el año 2011 cometió en Noruega un terrorista fascista : casi setenta muertos y más de doscientos heridos, todos ellos adolescentes. Los mató a sangre fría. Antes había hecho explotar una camioneta cerca de la oficina del primer ministro laborista, con otros ocho muertos. La maestría de Poppe está en ser capaz de filmar, con una gran dureza y realismo, el itinerario de la masacre. Sin piedad, con mirada precisa, sin vacilaciones. La destrucción sin paliativos. Pero por otro lado es capaz de huir del efectismo y del discurso moralizante. 
 El problema que pone de manifiesto es la radical ambigüedad del acto. Muchas son las preguntas : ¿ un acto político o  ? ¿ es responsable subjetivamente de su acción un psicótico que es consciente de lo que hace ?, ¿ lo es penalmente ? ¿ donde acaban los derechos de los que no respetan los derechos de los otros ?
 El filme tiene la habilidad de combinar tres miradas : la de la víctima, la del criminal y la del abogado defensor de un criminal ? La mirada del abogado nos permite la contención de la distancia, la capacidad de que la indignación no ciegue nuestra mirada. El abogado acepta por principios la defensa de quién niega brutalmente todos sus principios. Es la primera paradoja. La víctima es la mirada de la incomprensión hacia el absurdo que casi le destruye, la del odio justo a quién le ha causado tanto dolor y ha provocado tanta destrucción. La mirada del criminal es la del odio transformado en violencia fanática. No es violencia gratuita, ya que efectivamente, hay detrás de su acto una posición política. Es el terrorismo político : el del yihadismo, el de ETA, el del fascismo. El del que cree que un ideal justifica la matanza indiscriminada. Por supuesto que hay más, hay el goce narcisista de la pulsión de muerte.
 Posiblemente el diagnóstico de esquizofrenia paranoide no sea acertado. En todo caso un psicótico, con el narcisismo y la certeza que implica, con el discurso delirante que implica sin que llegue a lo alucinatorio o a la pérdida del sentido de lo real. Pero con conciencia y responsabilidad de las consecuencias de sus actos. 
 Magnífica interpretación de Jonas Strand Gravili y de Anders Danielsen Lie, inquietante dúo de lo más humano y lo más deshumanizado que hay en nosotros.

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